El tío Domingo en realidad era tío-bisabuelo mío y vivía encima de “Ulloa Óptico” en Carmen 14 (Calle de Madrid). Todos los sobrinos-biznietos le íbamos a visitar los domingos y él nos daba a cada uno una peseta, cantidad muy respetable en aquellos tiempos. Menos espléndido era le abuelo Pepe, como buen gallego, que nos daba diez céntimos por cada regadera que le llevábamos desde el estanque se atrás del jardín hasta donde él regaba las flores, en Pozuelo. ¿Era nuestro amor al tío Domingo y al abuelo Pepe un toma-y-daca…? Creo que no… Digo, espero que no…
Nuestro Padre Dios quiso dar al hombre una ley que no fuera un toma-y-daca, si no una verdadera ley de amor y de respeto, entre el hombre y Dios y entre los hombres entre si. Y ahí están los mandamientos, normas que debían regular las relaciones en la gran familia humana y también reconocer que el Padre Dios, como el tío Domingo o el abuelo Pepe, les prometió alguna pesetilla con aquello de la Tierra Prometida
Pasaron muchos siglos y aquella ley de amor se convirtió en pura ley mecánica: unas inflexibles normas de tráfico. O peor, porque las normas de tráfico, no prometen premios y sólo nos acarrean multas y pérdidas de puntos en el carné de conducir. Pero en la ley de Dios interpretada por los legisladores se prometía premio por el sólo cumplimiento externo, de ayunos, de sacrificios, de limosnas al templo.
Y así encontró Jesús la religión y el templo. La Casa de su Padre, levantada para que los hombres vinieran a visitarle como hijos, como los biznietos del tío Domingo. Pero en esa Casa del Padre se había levantado una muralla de sórdidos intereses entre el pueblo sencillo y Dios: las mesas de los cambistas, las jaulas de palomas, los rebaños de corderos, los abultados bueyes… Era una muralla que no dejaba ver al verdadero Dios, Padre cariñoso de todos. Al mismo Dios le habían dado la apariencia de mercachifle y eso ofendió al Hijo de Dios, que conocía la generosidad sin límites de su Padre.
Y ofendido en lo más íntimo de su corazón de hijo empujó aquella muralla de mesas, jaulas, corderos y bueyes, porque todo aquello era como cobrar a los hijos una entrada para ver a su propio Padre. Como si la tía Paulina, mujer del tío Domingo, nos hubiera cobrado a nosotros una pesetilla por venir a verle.
(P. José María Maruri, SJ)
Y nosotros volvemos la cara, la vista y el corazón a Dios... Intentemos derribar muros que nos separan de él, o meros puestos de mercado, todo lo que nos aleja de su ser amor, lo que nos separa... No confundamos el Templo con un Mercado. Y no hablamos del Templo donde celebramos, sino nuestra vida como cristianos...
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