18 de diciembre de 2009

Domingo IV de Adviento: Familia, Amistad, Fidelidad


Lucas 1, 39- 45 
 
En aquellos días, María se puso de camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel escuchó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo voz en grito:
--¡Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.


Por Pedrojose Ynaraja

1.- María entonces tendría doce años. Dado que, como os he explicado otras veces, ni anatómica ni culturalmente, existía la etapa que llamamos adolescencia, es decir que de la segunda infancia se pasaba directamente a la primera juventud, debéis imaginaros que parecería una joven actual de unos 19 años. Se le había comunicado una noticia inefable, se sentía objeto de la predilección divina y gozaba con ello. Comunicar un secreto, hacer una confidencia a alguien, son señales de confianza y de cariño. Ahora bien, en el interior de la persona que lo recibe, se genera un conflicto. Guardar en el interior es un privilegio, pero no poder comunicarse con alguien que te entienda, se hace difícil. Y María no era diferente de las demás personas. Ya que se le había confiado que su pariente, hoy la llamaríamos tía segunda o tercera, también era depositaria de un mensaje relacionado con el suyo, decidiría compartir sus cuitas con ella.
Os puede extrañar que una jovencita parta sola hacia un pueblo lejano. Os lo vuelvo a repetir: su cultura era diferente de la nuestra. Ella ni sabría leer, ni mucho menos escribir. No tenía noción del número cero, ni estudiado geografía. Sabía moler grano y pasarlo por el cedazo, amasar la harina mezclada con agua, añadir levadura a la pasta y dejarla fermentar unas horas en ambiente cálido, para meterla más tarde en el horno. Sabía tejer en el pequeño telar vertical doméstico, piezas sencillas de tela, recoger el jugo de las aceitunas prensadas y decantarlo y almacenarlo en ánforas o silos. Sabía muchas cosas que vosotros, mis queridos jóvenes lectores, ignoráis. Era decidida, honrada y fiel, como vosotros podáis serlo. Aunque, sin duda, os ganaría en este terreno. Por el camino sentiría impaciencia y los nervios atenazarían y revolverían sus pensamientos. No hay que olvidar que su Fe era humana y que, como la nuestra, los teólogos digan que es esencialmente oscura. Los más de cien kilómetros que debió recorrer, serían una buena prueba para su coraje.
2.- Seguramente no seguiría el camino más directo, el que pasa por tierras samaritanas. Lo más probable es que bajara a la cuenca del Jordán y caminara con su borriquillo, hasta llegar a Jericó y desde allí subir a Jerusalén, para llegarse a la vecina población, distante unos pocos kilómetros. La tensión que sufriría por el camino, acabaría en el encuentro con Isabel. Sus miradas se cruzaron y sus corazones se fundieron. En el lenguaje coloquial de hoy, diríamos que desde el principio, hubo buena química entre ellas. Se abrazaron y la anciana se adelantó a hablar. María se daría cuenta de inmediato de que con ella podría fácilmente intimar y comentar los proyectos que Dios tenía sobre ella y que no llegaba a comprender.
3.- A los ojos de la gente, el prodigio residiría en Isabel. Que una chica estuviera encinta, era común en aquel tiempo. Lo insólito, era que la viejecita, esposa del sacerdote Zacarías, lo estuviera. Recordaría ella, que algo semejante le había ocurrido a su antepasada Sara, esposa del patriarca Abraham, cosa que la regocijaría. Según se cuenta por aquellas tierras, sentía cierta vergüenza de su estado de buena esperanza, como vulgarmente se dice, por lo que la visita de María, otorgaba paz a su interior. Un interior que había sufrido la congoja de ver como pasaban los años, sin conseguir descendencia. Satisfecho su impulso maternal, ahora se le añadía la visita de la madre del Señor, del Dios a quien su marido servía en el templo de Jerusalén y que, tozudo que era él, no había sabido escuchar con confianza. La mudez del esposo también la enojaría. Ahora su intuición, o ¿acaso se trataba de una revelación particular?, le revelaba quien era la que la visitaba y de inmediato pensó que en ella podría depositar también ella sus cuitas. La visitación no fue un simple encuentro, fue un momento de gran calado espiritual para las dos.
Quisiera que ahora, mis queridos jóvenes lectores, vosotras especialmente, os preguntarais: ¿me hubiera comportado yo como lo hizo ella? ¿Sé compartir y servir, comunicarme, comprender y agradecer a los demás y a Dios, como lo hizo María?

4.- ANOTACIONES MARGINALES: El texto no dice de qué población se trataba. La tradición ha señalado que era Ein-Karen, a unos 4Km entonces de Jerusalén. Hoy forma parte de la metrópoli que la ha anexionado. La arqueología lo confirma y creo que nadie pone en duda que se trataba de esta localidad. Cuando el peregrino llega, si tuerce a la derecha, a pocos metros encuentra una iglesia donde, en el altar de la cripta, una inscripción le informará: aquí nació el Precursor. Volviendo al cruce y doblando a la izquierda, el viajero pasa por una fuente que sin duda fue a la que iba la Virgen a buscar agua, de aquí que se la llame Ain-sitti-Miryan (fuente de la señora María). Llega por fin a lo que serían antiguamente las afueras del pueblo, allí donde viviría medio escondida Isabel, contenta y vergonzosa a la vez, y donde la encontró María. Fue allí donde se pronunció el Magníficat. A cierta distancia, tal vez un kilómetro, cerca de un manantial de agua purísima, próximo a una iglesita preciosamente decorada, se encuentra otra, austera, solitaria y silenciosa. En su interior no hay nada más que un sepulcro, el de Santa Isabel. La mayoría de peregrinos ignoran este rincón. Por mi parte, desde que lo descubrí, no me lo pierdo nunca, aunque carezca de espectacularidad. Por el camino encuentro, recojo y como con emoción, alguna algarroba, ya que en muchos sitios, a este fruto en leguminosa, se le llama precisamente el “pan de san Juan”.

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