Lucas 3, 1-6
En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del Profeta Isaías.
-- Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.
La verdad es que no me imagino ningún camino en ningún desierto, o al menos en la imagen que a primera vista me viene de desierto. Arena, inmensidad, dunas, rocas. Soledad, uno mismo, silencio; eso es todo lo que nos podremos encontrar allí.
Todo lo contrario a lo que vivimos, vemos y sentimos en nuestro día a día: televisión, radio, periódicos gratuitos, coches, ajetreos, metros, autobuses, música; en definitiva, vivimos rodeados de gente, de ruidos, quizás sea porque nos asuste enfrentarnos a una pequeña dosis de desierto.
Y desde el desierto se nos grita ¡Prepara el camino! Por mi experiencia, sé que ningún camino es cómodo. Necesitamos recorrer distancias para ir a trabajar, para ir a estudiar, para ir de vacaciones, para ir a comprar. No sé si alguna vez habrás pensado ¡si pudiera apretar un botón y aparecer allí!
Estar en camino supone muchas cosas: tener un punto de partida y uno de llegada, desgastes, cansancios, posibilidad de ver diferentes paisajes (de ver la realidad desde más puntos de vista), encontrarse con gente, encontrarse con la naturaleza, ir ilusionándose al ir llegando al destino, quejarse por saberse lejos del destino y del punto de orígen…
Vuelvo al inicio. Si desde el desierto se nos invita a preparar el camino, será por algo. No se nos invita a llegar al destino, se nos invita a ser camineros (como el viejo oficio), a ser “preparadores de caminos”, de los nuestros propios, de los demás, de la Iglesia.
VOCARE
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