24 de mayo de 2009

De par en par el cielo - La Ascensión

“El Señor Jesús, después de hablarles a sus discípulos, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios”. Marcos 16.

“Un día vendrá la muerte, no sé de dónde…Yo estaré dormido. Y ella dirá: No quiero que despierte”. Rafael Maya nos presenta sin eufemismos un acontecimiento que a todos nos atañe. Sin embargo, al revivir desde la fe la ascensión del Señor, miramos sin terror nuestro final. Él nos ha abierto la puerta de los cielos.

Los cristianos de los primeros siglos recitaban, al igual que nosotros: Jesucristo “descendió a los infiernos, subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre”. Luego los catecismos tradicionales comentaron estas verdades: El Señor “no bajó al lugar de los condenados, sino al lugar donde los justos del Antiguo Testamento esperaban la redención”, nos dice el Padre Astete. Y agrega el Padre Deharbe: Cristo “bajó al seno de Abraham, para consolar y libertar las almas de los justos allí detenidas”.

Obviamente estas explicaciones se han dado desde una óptica hebrea, integrando el sentido de salvación que la Iglesia primitiva empezaba a clarificar. Hoy entendemos algo más, en un sentido menos literal y sin tratar de declarar punto por punto cómo realiza el Señor sus programas.

Un día, en la sinagoga de Nazaret, le piden a Jesús que haga la lectura. Y él, desenrollando el libro de Isaías, presenta la tarea que venía a realizar entre nosotros: “El Espíritu del Señor me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, y proclamar el año de gracia del Señor”. Al rededor de dos años y medio estuvo Jesús con sus discípulos. Ellos entonces pudieron verlo, escuchar sus enseñanzas, admirar sus milagros. Pero al subir al cielo comenzaba otra etapa: La de una presencia invisible, de la cual vivimos actualmente los cristianos.

Los relatos de los evangelistas sobre la ascensión del Señor ubican el acontecimiento cerca a Betania. Sobre el monte de los Olivos, según la tradición. San Lucas dice que una nube ocultó al Maestro ante los suyos. Que allí aparecieron unos ángeles. Que antes Jesús había enviado a los discípulos a predicar por todo el mundo. Pero los comentaristas nos hablan además de puertas y cerraduras. Porque, desde entonces, está expedito el camino a los cielos. Ya nuestra humanidad ocupa un lugar de preferencia en la gloria.

Un verso de san Juan puede servirnos de consigna a quienes vamos de camino: “Me voy a prepararos un lugar. Luego volveré y os tomaré conmigo para que donde yo esté, estéis también vosotros”. Sin embargo, ¿será hoy oportuno hablar del cielo? A una señora cuya hija había muerto, le preguntaron qué creía sobre ella. “Creo, respondió que ya goza de Dios, pero sería mejor que no me hablaran de temas importunos”. No obstante, el tema es central y definitivo para los discípulos de Cristo. No sólo para ser repensado los domingos, sino también los días laborables.

Porque el dilema continúa siendo válido: O no hay cielo, o sí hay. Si lo primero, el cristianismo el falso de arriba abajo, pues se fundamenta en la resurrección de Cristo y en la nuestra. O sí lo hay. Entonces vale la pena compartir con muchos nuestra esperanza. Mientras construimos este mundo, promesa y anticipo de la futura plenitud.

Gustavo Vélez, mxy - www.betania.es

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